
Ayer viernes, 24 de octubre, Oviedo volvió a convertirse en el epicentro mediático gracias a los Premios Princesa de Asturias 2025, una cita en la que la Familia Real española volvió a desplegar su habitual elegancia y saber estar. Pero, más allá del protocolo y los galardones, hubo un detalle que acaparó titulares y miradas: el look elegido por la infanta Sofía para la ceremonia.
La hija menor de los Reyes apostó por un vestido granate con escote cuadrado, tirantes anchos y falda asimétrica, confeccionado en gasa vaporosa con apertura lateral. Un diseño fluido, etéreo y con ese equilibrio perfecto entre sobriedad y frescura que tanto favorece a su figura. El añadido de una capa del mismo tono, que caía suavemente sobre los hombros, aportó un plus de movimiento y majestuosidad, consiguiendo un efecto casi cinematográfico al caminar por la alfombra azul del Teatro Campoamor. No es de extrañar que haya sido alabado por la crítica especializada, que ha coincidido en destacar su elección como una de las más inspiradas de la velada.

Y, sin embargo, lo que quizá muchas no sepan es que ese mismo vestido ya había hecho su aparición unos meses antes… en mi graduación del último máster que cursé, el pasado 4 de julio. Sí, lo llevé yo antes. El modelo, perteneciente a una marca española, lo encontré en IOL, la boutique de mi amiga Yolanda, en la que siempre descubro auténticas joyas antes de que se conviertan en tendencia. Fue amor a primera vista. Su color —entre el burdeos y el granate— me pareció ideal para una ceremonia académica, elegante pero no ostentoso, y su corte asimétrico resultó favorecedor y moderno.

En mi caso, decidí llevarlo tal cual, sin capa, porque el propio diseño tiene suficiente entidad como para brillar por sí mismo. Al igual que Sofía, opté por dejar la melena suelta y pulida, un gesto sutil que permite que el protagonismo recaiga plenamente en la prenda. Un estilismo minimalista, atemporal y rotundamente femenino.

No deja de resultar curioso cómo este diseño ha conquistado, en cuestión de meses, tres armarios tan distintos. Antes de la infanta Sofía y de mí, Gloria Camila Ortega también lo había lucido, el pasado junio, para la boda de su primo en Bizkaia. En su caso, lo acompañó con un foulard de gasa a tono, sandalias doradas y un bolso blanco con detalles metálicos, logrando un aire sofisticado y de invitada perfecta. La prensa especializada no tardó en señalar que se trataba del vestido más favorecedor y elegante del verano, destacando su mezcla de tejidos —crepé y gasa— y su impecable patronaje.


Cuando tres mujeres con perfiles tan diferentes —una infanta, una creadora de contenido y una docente— coincidimos en una misma elección, algo debe de tener ese vestido. Y lo tiene: es un diseño atemporal, versátil y muy favorecedor, que encarna la esencia de la moda española contemporánea.
Pero si algo me llamó la atención de la infanta Sofía durante los Premios fue que su acierto no se limitó a la gala. Horas antes, en las audiencias celebradas en el Hotel de la Reconquista, volvió a sorprender con un traje de chaqueta rojo de Tommy Hilfiger, con chaqueta estructurada, botones dorados y pantalón recto, que combinó con bailarinas nude. Un look sobrio, actual y cargado de simbolismo, en el que el rojo se alza como un color de poder, energía y confianza.

Casualmente —o tal vez no tanto—, ese mismo tono fue el que elegí el pasado 3 de abril para presentar un proyecto en la XI Jornada de Innovación Educativa 2025 celebrada en el Salón de Actos de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación. Mi elección también fue un traje rojo, de líneas limpias y aire profesional, muy en sintonía con la estética ‘working look’ que Sofía acaba de abrazar. Coincidencias estilísticas que, sin proponérnoslo, terminan conectando mundos tan distintos como el académico y el institucional.


Y por si el simbolismo cromático no fuera suficiente, unos días antes de los Premios, la reina Letizia también había apostado por el rojo en su aparición en Roma con motivo del Día Mundial de la Alimentación en la FAO. Para la ocasión, recuperó de su armario un traje de Carolina Herrera New York, que combinó con blusa blanca con lazada y bolso italiano de Furla, en un guiño elegante al país anfitrión. Una elección coherente con su estilo: impecable, diplomático y con un mensaje claro de empoderamiento femenino a través del color.

Así, en apenas una semana, madre e hijas —Letizia, Leonor y Sofía— han apostado por la moda española y por tonos que simbolizan fuerza, elegancia y determinación. Y, curiosamente, también son los colores que han protagonizado algunos de mis looks más significativos de este año.
Quizá sea casualidad, quizá no. Pero lo que tengo claro es que, una vez más, la moda demuestra su poder como lenguaje universal, capaz de conectar generaciones, estilos y contextos. Y, si me permitís el guiño, esta vez la tendencia empezó en Gijón, en el escaparate de IOL, mucho antes de llegar a la alfombra azul del Campoamor.
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